¡Cuidado con la mascota!

Apenas apagó Patricio las 10 velitas de su pastel de cumpleaños, su padre se puso en la puerta de la sala con un gran regalo en el brazo. Le brillaban los ojos de felicidad al muchachito mientras su papá se le acercaba en cámara lenta. Durante los 10 segundos que se tomó el padre para llegar hasta su hijo, mil cosas pasaron por la cabeza de Patricio tratando de adivinar qué había dentro. Por un momento pensó que se trataba de un gigante Booz-Lightyear o quizá alguna nave de Star Wars. Lo único que estaba seguro es que, dado el tamaño, era un enorme regalo.

Ni bien recibió Patricio la enorme caja debidamente sellada con papel de regalo, los invitados a la fiesta, entre primos y amigos, empezaron a gritar: —¡Que lo abra! ¡Que lo abra!

Patricio se animó a rasgar sin reparo todo el forro, hasta dar con una cajuela plomiza con varios agujeros verticales en cada lado. Dada las formas ergonómicas de la cajuela, los amiguitos se le unieron para divisar por los agujeros qué había adentro. Y todos, sin pronunciar palabra alguna, de un tirón, retrocedieron. Los adultos presentes se llenaron de doble curiosidad y también se acercaron para ver por los agujeros, y un mili segundo después, grandes y chicos, en coro, exclamaron: ¡Un tigre!

El papá de Patricio siempre fue contra la corriente; por ello decidió regalar a su hijo un tigre como mascota. Se inspiró en el reportaje televisivo sobre un par de jovencitos reencontrándose cariñosamente, luego de muchos años, con el león que fuera su mascota mientras fueron niños. Por lo que asumió que su plan no sería nada descabellado.

Al día siguiente de la celebración empezó una nueva rutina para Patricio. Todos los días, a tal y cuál hora, tenía que alimentar a la nueva mascota. Al principio, leche en biberón para el cachorro. Pero después, papillas; luego frutas; más tarde, verduras, carnes, etc. Papá convenció a mamá para ayudar a Patricio en esa rutina, pues, según el experto en felinos peligrosos, el más importante cuidado a practicar es respecto a su alimentación; lo demás, como si fuera un gato.

Pasaron los días, los meses y los años, y todo bien… hasta que cierta tarde, mientras Patricio tomaba siesta colgado en el árbol de aguacate de la huerta de su casa, luego de un merecido almuerzo por haber ocupado el primer puesto al término de la secundaria, el tigre se le acercó y le mordió cruelmente la mano izquierda, aprovechando, quizá, verlo caído fuera de la hamaca.

Fue lo único y último que hizo el tigre para ser sentenciado a muerte. Ni los años de haber alegrado a la familia le sirvieron para ser perdonado. Los padres de Patricio, con la misma fuerza con la que se animaron a adoptarlo como mascota, con esa misma fuerza aprobaron bajo firma el día y hora de su ejecución. Patricio, entre su mano seriamente herida y los años de convivencia con el felino, aceptó la idea de sacrificar a su mascota; quizá más por la advertencia de los expertos sobre cómo estos felinos se acostumbran rápidamente a comer.

Los siguientes fines de semana, algo, o mejor dicho alguien, hacía falta a las tardes de familia. Sobre todo cuando los cuatro, papá, mamá, Patricio y el felino, se recostaban en la alfombra para ver una película. Les tomó varios días asimilar la pérdida, y sobre todo perdonarse a sí mismos por no haber alimentado oportunamente al felino aquel día —quizá abrumados por el festín alrededor del triunfo de Patricio—, aunque también agradecidos a Dios porque pudo ser peor la tragedia.

Reflexión: ¿Qué cosas cultivas en la vida que podría costarte la vida?

Publicado por primera vez el  11 Sep 2014 a las 11:00

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