Disparatadas de Navidad

Muchas disparatadas se nos ocurren en la iglesia en el afán de rescatar la Navidad de las manos de Papá Noel o Santa Claus. Y muy bien intencionada; te lo aseguro.

Veamos algunas.

Esta es la más sincera.

Lo que se quiere resaltar es el verdadero objeto por el cual se inventó la Navidad, y que Santa Claus es un intrometido, y que las marcas comerciales que promueven su celebración lo único que quieren es multiplicar su saldo bancario.

Lo que no se percatan es que, una cosa es natividad y otra Navidad. La natividad es (por excelencia) el nacimiento de Jesús, y la Navidad es la celebración de la natividad de Jesús, que a intereses de los jerarcas católicos, se realizan los días 25 de diciembre.

¿Ahora queda claro que suena innatural decir que Navidad es Jesús?

Esta es la más lógica.

Su razonamiento es: Si Jesús nació en Navidad, y la Navidad ocurre cada 25 de diciembre, entonces, la Navidad es el cumpleaños de Jesús.

Lo que falta a este argumento es su rigor histórico. Pues ya los eruditos han dicho que es imposible que Jesús haya nacido en diciembre, y mucho menos un 25, de nuestro calendario.

¿Queda claro que suena anti histórico afirmar que en Navidad se celebra el cumple de Jesús?

En esta Navidad que Jesús nazca en cada corazón

Esta es la más feeling.

Se acogen a la figura literaria símil para concluir que así como Cristo nació en un pesebre, que en Navidad nazca en cada corazón. «Regálale a Jesús un pesebre en tu corazón» es su frase fuerza.

Lo que olvidan (¿o no saben?) es que cada persona tiene que nacer de nuevo, si quiere ver el reino de Dios.

¿Está claro que es una herejía pedir que Jesús nazca en cada corazón?

En Navidad celebramos el nacimiento del Salvador del mundo

Esta es la más espiritual.

Su lógica es: Por supuesto que Jesús no nació un 25 de diciembre, pero es bueno celebrarlo un día, no importa cuál. Y por último, no creo que le moleste si lo hacemos.

Lo que ignora este argumento es que la Biblia es nuestra norma de fe y conducta. No más; no menos. Y cualquiera que haya leído el Nuevo Testamento sabrá que en ninguna parte se nos manda celebrar el nacimiento de Cristo, y tampoco habrá encontrado que sea una práctica en la iglesia naciente. Lo que sí se nos ordena es predicar su muerte y resurrección.

La explicación es simple:

Primero: Nuestro Cristo no es el bebito del pesebre, tampoco el travieso que se escapó de la caravana para irse a hablar con los eruditos de la ley, y menos aún el joven que vivió una vida totalmente intachable. Nuestro Cristo es el «Cristo resucitado» (1Corintios 1:23). ¡Qué privilegio para los que lo conocieron en su vida terrenal. Pero de ahora en adelante, decía el apóstol Pablo, «no consideramos a nadie según criterios meramente humanos» (2Corintios 5:16).

Segundo: Los evangelios narran su nacimiento, no para celebrarlo, sino para confirmar su humanidad. Por ello, Juan no inició la historia de Jesús evocando al niño de María, sino al «verbo hecho carne» (1Juan 1:14)

¿Está claro que una cosa es celebrar el nacimiento del Salvador del mundo, y otra la encarnación del verbo de Dios?

Finalmente

Me encontré con un hermano tan radical que hasta se le erizaba la piel al solo escuchar la palabra Navidad. Le dije que una manera de no participar de su celebración era tratando el día 25 de diciembre como si fuera cualquier otro día; es, decir, ir a su centro laboral y cumplir con sus deberes, y renunciar a su aguinaldo y regalos.

Pero en vista que no podrá ser tan radical, le recomendé que aproveche el feriado para pasar tiempo en familia, con su familia, y como una familia, y todo lo que implique, y que sea un pretexto para enseñar la encarnación del verbo de Dios.

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