La obediencia como método

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El humanismo ha penetrado tan fuerte los cimientos del cristianismo, al punto que los cristianos han empezado a borrar de su código toda forma de interrelación personal con ingredientes de obediencia y sujeción.

Cada fin de semana, miles y miles de cristianos corren al altar para implorar a Dios por su bendición. Un periodista sin discernimiento lo reportaría así: “cientos de cristianos ya están tomando la gran promoción celestial, publicitada por predicadores: canjea un litro de lágrimas por un kilo de bendiciones”.

Antes de que me califiques de burlón y exagerado, te pregunto: ¿acaso nunca nos hemos levantado de orar, después de llorar y llorar, firmemente convencidos de que ya tenemos nuestras peticiones, y a los días siguientes, algo frustrados, no hemos visto ninguna petición contestada? ¿Acaso tu “inconsciente religioso” nunca te ha guiado al “canje” como método para recibir y disfrutar la bendición?

Entonces, ¿cuál es el método correcto? El quinto libro del antiguo testamento contiene 14 versículos de bendiciones, tanto espirituales como materiales. Y dice que el método para obtenerlas es: “guardar y poner por obra todos los mandamientos”. Los que predicamos la Palabra de Dios, deberíamos ser más agudos en nuestros mensajes; especialmente cuando son muy prometedores. Deberíamos pregonar que sólo alguien que viva en obediencia podrá disfrutar las bendiciones prometidas; y más aún, podrá compartirlas con otros.

¿Te has puesto a pensar por qué estás enfrentando tal y cual problema? O, ¿por qué estás disfrutando esta y otra bendición? Si haces un cuidadoso análisis, llegarás a esta conclusión: “tengo este problema, porque fui desobediente; y, tengo esta bendición, porque fui obediente”. Ef. 6:1-3 Muchos de los problemas que estamos enfrentando ahora mismo, se deben a que no obedecimos a papá y mamá cuando nos exhortaban. ¿Sí o no? Y también, muchas de las ventajas que hoy tenemos, se deben a que los obedecimos. ¿Sí o no? Examina tu vida, y pon tú los ejemplos. Jóvenes, Dios ha establecido la obediencia como su método para protegernos. Muchos tendrán hijos antes del matrimonio, porque, calificando de anticuados los consejos de sus padres y pastores, se acariciaron tal y conforme vieron en la televisión. Otros apenas tendrán un diminuto empleo, porque, cuando eran más jóvenes, despreciaron los consejos de sus padres: “estudia y triunfarás”. Y más de uno tendrán ministerios limitados, porque no obedecieron ni se sujetaron a sus pastores cuando apenas daban sus primeros pasos.

Muy poquísimos gritan “amén” cuando les pregunto ¿quieres ser grande? Hasta baten horizontalmente sus cabecitas cuando les re- pregunto ¿quieres ser el primero? Y no falta quienes se “disfrazan” (no visten) de humildad cuando los presiono a responder ¿quieres ser exaltado? Por mucho tiempo se nos ha enseñado a llamar carnales y mundanos a los que responden afirmativamente a las preguntas anteriores. Sin embargo, la Palabra de Dios no los cataloga así, a menos que sus métodos sean errados.

Nuestro Señor Jesucristo ha dejado establecido la manera de convertirnos en grandes. ¿Cómo? Sirviendo a otros. El nos ha dicho cómo podemos llegar a ser los primeros. ¿Cómo? Siendo los últimos. Y también nos ha dado el secreto para ser exaltados: humillándonos.

El servicio es una acción; hacernos los últimos es una actitud; y la humillación, la primera opción a escoger cuando nuestras alternativas sean críticas. Y las tres están ligadas íntimamente con la obediencia. Porque nadie podría practicarlas fuera de una relación de obediencia y sujeción.

¿Cuánta obediencia hay en mí y en ti?

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